lunes, 1 de junio de 2015

[Feed] acerca de la posibilidad de un ars erótica en el desastre

Leyendo un regalo de mi querido amigo, campeón del Mortal Kombat II y presidente del cineclub tiernis de flores, Axel:

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Apollinaire Obras Selectas. Buenos Aires, Distal, 2003.

Bastante extenso, incluye su "obra erótica" (Las hazañas de un joven Don Juan y Las once mil vergas), un volumen de cuentos (El heresiarca y Cía) y tres compilaciones de reflexiones de diverso tono (Meditaciones estéticas, Los pintores Cubistas y El poeta asesinado). 

Dos palabras sobre su obra erótica: 




Se pretende que Las hazañas... y Las once mil vergas fueron escritas para hacer frente a necesidades económicas. Las dos son de la primera década del siglo (o poco más) y Las once mil... fue publicada anónimamente, pasando por un proceso de desanonimación que dependió mucho del testimonio (cfr. las clases sobre Apollinaire de Daniel Link en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, cursos 2013-14). De las Hazañas... no hay mucho que mencionar, excepto la inverosímil puerilidad de su erotismo. Los personajes quieren tocar más que penetrar o ser penetrados, y aún más prefieren ver. La fascinación por levantar polleras y bajar pantalones es propia de la sexualidad infantil. En todo caso el protagonista es más o menos niño, y no sorprenden sus actitudes. Pero cuando los campesinos se expresan con fórmulas del tipo yo te dejé ver lo mío, ahora vos me tenés que mostrar lo tuyo, el resultado general es bastante curioso. Todo el tiempo se están pidiendo que se pongan en posiciones que permitan mirar mejor y más de cerca, hurgar, oler y lamer.

Muy distinto es el caso de las Once mil... La sensación es que Apollinaire comenzó escribiendo un texto erótico pero el asunto se le fue de las manos. En rigor, no se trata de las aventuras de un libertino. El alto noble rumano Vibescu (Mony) comienza el texto ya cansado de su vida sodomita y del rumoreo callejero. Como el Karl Rossman de América comienza huyendo de un mundo imposible. Pero en Kafka ese mundo era Europa, mientras que pareciera que Apollinaire sugiere lo contrario: Vibescu se va hacia Francia donde espera encontrar mujeres más liberales (lo que le molesta, en realidad, es el rumoreo).

Su primera orgía es interrumpida por unos ladrones/asesinos y un ¿inocente? festival de excrementos, semen y sangre, se convertirá en un infecto y homicida festival de excrementos, semen y sangre. Lo de infecto lo agrego yo porque mi cerebro educado por espadol y pervinox no puede parar de pensar en infecciones cuando tanta escatología viene unida a tanto tajo, carne al rojo, heridas, llagas, etc.

En Sade todo valía en la medida en que nada cambiaba lo fundamental, que era la estructura significativa (feudo-vasallática o burguesa, no importa). Al final de cada instancia pedagógica, Eugenia, Dolmancé, el Caballero y Madame de Saint Ange seguían siendo ellos, y el campesino de turno invitado, al día siguiente de sodomizar a un conde, volvía a regar las plantas. El libertino juega en el espacio liberado o en suspenso de una poderosa estructura de codificación de flujos. El ansioso Vibescu de Apollinaire no tiene paz, ni quietud. Es un rumano que se muda a Francia para ser pronto convocado a participar de la guerra ruso-japonesa. La novelita no se fija en ningún escenario, cada orgía es en un lugar diferente. Palacio rumano, habitación de un hotel, coche-cama de un tren, hospital de heridos, tienda de campaña, etc.

Y me parece que con la cuestión de la tierra y las naciones se toca un punto clave (escribí alguna vez que en Las tetas de Tiresias me pareció ver, por primera vez, un antecedente concreto de Copi, otro gran poeta de orgías en tierras movedizas). En el cuarto capítulo, Vibescu reconoce al ladrón/asesino y lo convence/amenaza/soborna para que sea su escudero, guardaespaldas, amante, o lo que fuera necesario. En un tren de regreso a Bucarest se trenzan en una nueva orgía que, nuevamente, termina en doble homicidio con destripe incluido. Pero en el medio de las actividades (una mujer muerta, la otra aún viva), Mony revela un deseo bastante curioso: "en unos segundos pasaremos la frontera. Es preciso, lo he jurado, echar un polvo, medio en Francia, medio en Alemania. Ensarta a la muerta" (123).

Imposible no recordar los reproches de Canetti, precursores de los de Deleuze, al hablar sobre Shcreber:

"Se ha intentado reducir este caso en particular y luego también la paranoia en general a la represión de tendencias homosexuales. Apenas es posible imaginar un error más craso. Todo puede desencadenar una paranoia; lo esencial es la estructura y aquello que puebla el delirio, en el que los fenómenos de poder tienen siempre una importancia decisiva” (2005: 633) [1]

 y Deleuze:

"Lo que yo reprochaba al texto de Freud era el hecho de que el psicoanálisis era un verdadero molinete que rompía el carácter más profundo del tipo, es decir su carácter sociohistórico. Cuando se lee a Schreber están el gran mongol, los arios, los judíos, etc.; y cuando se lee a Freud, ni una palabra de todo eso; es como si ese fuera el contenido manifiesto y hubiese que buscar el contenido latente, el eterno papá-mamá de Edipo. Todo el contenido político, político-sexual, político-libidinal, porque en fin, cuando Schreber padre, se imagina ser un alsaciano que defiende Alsacia contra un oficial francés, ahí hay una libido política." (Anti Oedipe et Mille Plateaux - Cours Vincennes - 16/11/1971, hay versión digital que se puede completar con la lectura de Derrames editada por Cactus) 

En su subordinación a la serie cerrada y asfixiante (Edipo en Freud, el significante en Lacan) el tratamiento de la paranoia es la cifra del gran sistema del psicoanálisis, que es también el del capitalismo (descodificación de los flujos y recodificación axiomática).

En sus clases, Daniel Link ubicaba a Apollinaire como un poeta del desastre, en el sentido extenso de Blanchot (el desastre es un modo, un protocolo de la experiencia[2]). Vibescu quiere su polvo trans-nacional porque tanto las naciones como las fronteras han perdido su potencia. Es un intento peligrosamente nostálgico de recodificar la patria a través del sexo, y viceversa. Deleuze, preocupadísimo, alertaba que esa recodificación es, necesariamente, un protocolo suicida. No sólo las parejas de Mony van sufriendo las consecuencias de su ¿paranoia? [3] sino que el mismo príncipe caerá finalmente presa de la pulsión de muerte [4].

Tres personajes (por lo demás, divertidísimos) funcionan como guías en este viaje de aprendizaje imposible (porque no hay nada que aprender en el desastre, porque todo es ruina). La prostituta enamorada, la enfermera sádica y el soldado masoquista. La prostituta Kilyému es Japonesa. Ha tenido una vida de sufrimientos y placeres, y luego de tener sexo con Mony le contará que está enamorada de un alemán llamado Egon, que la usó, la maltrató, y luego la vendió como esclava sin miramientos. Kilyému está decidida a juntar dinero para comprar su libertad e ir en busca de Egon para tenerlo una vez más. En seguida la japonesa se retira, "dejando a Mony, con lágrimas en los ojos, cavilar sobre la fragilidad de las pasiones humanas" (149). Casi de inmediato, Mony (que es oficial e imparte órdenes en el ejército ruso sitiado por los japoneses) descubre a Egon y lo hace empalar frente a Kilyému. Humanismo imposible, desastre y ruinas: "He cumplido tus deseos... ¡En este momento los cerezos están floridos en el Japón, los amantes se pierden en la nieve rosa de los pétalos amontonándose!" (151), Mony saca su revolver y le dispara a la japonesa en la cara.

La enfemera es Polaca, hija de nacionalistas asesinados por el régimen Romanov (Polonia estaba bajo dominio ruso). "Para vengarme y para vengar a Polonia, mi madre, remato a los soldados rusos" (168) Ella y su hermano se infiltraron en las filas del ejército del zar para asesinar rusos. Su hermano la desvirgó en un guetto en Varsovia por miedo a que lo hiciera un cosaco.

El soldado masoquista es ruso (nacido en Arkangel). Cuando contaba quince años asesinaron a su padre y su madre se volvió loca y se creía un retrete (en el que, obviamente, él defecaba). Tanto lo primero como lo segundo le causaban enorme dolor y tristeza, a la vez que placer. El soldado conoció un pastor inglés y la hija de este lo enamoró y arrastró por el mundo haciéndolo testigo directo de sus placeres (no creo que existiese todavía el concepto de "cuckolding", pero es eso).


De todo esto lo interesante son los detalles. Y en particular, la única constante, que es la relación de interdeterminación con las nacionalidades. Obsesión japonesa, sadismo germánico y polaco, masoquismo ruso, el aparentemente infinito abanico de las perversiones no hace más que reconducir a los conflictos del territorio y la población. El propio Mony (esto también lo señalaba Link en sus clases) no tiene más aventuras que las que se le van habilitando por los diversos conflictos de territorio, en particular la guerra ruso-japonesa (pero antes de eso ya se había desarrollado la escena en el tren trans-nacional). La simpática enfermera, después de contar sus relaciones con el hermano y con los soldados, nos dice: "Así es como nosotros, polacos, nos vengamos de la tiranía moscovita. Estos arrebatos patrióticos han afectado a mis sentidos, y mis pasiones más nobles han cedido ante las de la crueldad. Soy cruel, ya ves, como Tamerlán, Atila e Iván el Terrible" (168)

Lo que Mony no aprende, no puede aprender, o no quiere aprender, porque no es conciliable con el saber humanista, la ilustración, la psicología y sus promesas taxonómicas, es que nunca se permite ser "cruel" a secas. La máquina axiomática produce agenciamientos paranoicos: cruel como Tamerlán, cruel como Atila, cruel como Iván (siempre figuras del poder) o bien encabalgamientos: polacos traidores, japonesas obsesas y prostitutas, alemanes homosexuales, rusos masoquistas, serbios pedófilos, franceses e ingleses asesinos. La especificidad de la experiencia, del dolor, del placer, del acontecimiento que fuera, se encuentra siempre en riesgo, al borde de las codificaciones capitalistas.

Si Apollinaire quería escribir una novelita para que los franceses se escandalicen, el proyecto fue mucho más allá del escándalo. Su mérito reside en que despliega una imposibilidad, un curso de acción, o mejor, un protocolo de lectura que ya no arroja resultados aceptables, sino muerte, muerte y desastre.


[1] Canetti, Elías “El caso Schreber” en Masa y poder. Barcelona, Círculo de lectores-Random House Mondadori, 2005.
[2] para Blanchot el desastre está sustraído a cualquier conocimiento, excepto del conocimiento “no del desastre, sino como desastre y por desastre, nos transporte, nos deporte, golpeados por él, aunque no tocados, enfrentados a la ignorancia de lo desconocido, así olvidando sin cesar” (11) “El desastre inexperimentado, lo sustraído a cualquier posibilidad de experiencia límite de la escritura. Es menester repetirlo: el desastre desescribe. Ello no significa que el desastre, como fuerza de escritura esté fuera de escritura, fuera de texto” (14) Blanchot, Maurice La escritura del desastre. Caracas: Monte Ávila, 1990. Trad. Pierre de Place)
[3] ¿Paranoia sin complot, paranoia sin delirio? En ese caso se trata de un paranoico sobreadaptado. Por otra parte, Deleuze apuntaba también en Derrames (CUANDO LO RELEA PODRÉ BUSCAR LAS REFERENCIAS QUE PERDÍ CUANDO PERDÍ EL LIBRO) que el paranoico no es un problema para la sociedad. La sociedad procesa sin problemas al paranoico poderoso. El problema es el paranoico pobre. El problema no es napoleón, sino el que se cree napoleón.
[4] Pulsión que no es -siempre según la referencia que ya no tengo de Deleuze- sino un parche teórico para dar coherencia a la disminución suicida de la recodificación edípica como protocolo.

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